jueves, 26 de septiembre de 2013

Marranadas, de Marie Darrieussecq. (Naves del Español. Matadero)



Ehm... Por dónde empezar... Hacía mucho tiempo que no veía al público abandonar la sala a ritmo tan acelerado que lo que acontecí esta vez. Otra vez que vi abandonos en masa en una representación fue también en el Matadero, cuando aún no existía la sala 2, pero el público aprovechó el entreacto para no volver. La razón aquella vez era por lo denso del texto, ya que las interpretaciones y escenografía eran sobresalientes, pero el período de la transición en la URSS, pues como que no enganchaba. La motivación para la deserción en Marranadas era por lo bizarro de la propuesta y el despropósito de texto e interpretación a la que asistimos.

No voy a mentir y yo acudí al espectáculo por ver a Pepa Charro, y cuál fue mi sorpresa que tras el primer monólogo de la cerda Zoe, comprobé que Pepa no iba a salir mas que en el sobresaliente film que sirve de interludios durante la obra. Bajón extremo. Pensaba que aquello podía levantar, pero Alfredo Arias seguía saliendo a escena interpretando incoherentes personajes, camuflado tras caretas y vestuarios delirantes, que no hacían más que acrecentar la sensación de un mal viaje de psicotrópicos. ¿Una madame de burdel, una monja policía, una dermatóloga vestida de azafata, un licántropo?, todo inconexo y a cada cual más delirante.

Alfredo Arias, que según he leído, es un grande de las tablas en Francia, no logra transmitir nada al público. Nada, a parte de indiferencia y perplejidad. No hay empatía con esa mujer que está pasando por el horrible trance de metamorfosis en cerda, ante la mirada de extraños y especialistas, que quieren sacar provecho de la situación y usarla como a un simple trozo de carne con ojos. Todo ese desasosiego que transmite en la pantalla Pepa Charro, dirigida por Toni Aloy, no está sobre las tablas, y lo único que te gustaría es que se pagasen las luces y ver únicamente el periplo de esa Pepa apaleada por las calles, y que no salga más ese señor argentino irritante que no hace más que soltar sandeces.

Siento no poder escribir nada más amable para con la obra, pero ante tal espectáculo, que gracias que dura una hora y quince minutos, es cuando te planteas cuánto vale tu tiempo, y tu dinero. Esto ha sido de los peores 15€ invertidos nunca, más allá que en copas, que al menos te provocan un estado temporal de euforía y diversión, y no este espéctaculo vodevilesco de pesadilla.

Señorxs, no se dejen engañar. Ya solo queda hasta el 29 de septiembre para que otra cosa (mejor, dado el nivel que deja esto tras de si) se represente en este espacio.

PD: Tras es el desasosiego que me generó la obra, y no sabiendo muy bien si es que estaba atentando contra mi inteligencia y es que no la entendí, voy a comprar la novela en la que está basada la adaptación teatral. Algo bueno debía tener, aunque solo sea la curiosidad por saber si el libro es tan malo como la obra.



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